La miel es un alimento rico en hidratos de carbono, fundamentalmente glucosa y
fructosa. Sus componentes principales se encuentran en esta proporción: glucosa (34 %), fructosa (41 %), sacarosa (2.4 %)
y agua (18.3 %). Habitualmente la miel disponible comercialmente se ha calentado a 65-70 ºC
para evitar la cristalización y la fermentación de levaduras que puede
presentarse durante el almacenamiento. Sin embargo, estas bajas temperaturas no son suficientes para destruir las esporas de una bacteria denominada Clostridium botulinum, las cuales pueden germinar y producir una toxina mortal. Esto no ocurre en la miel por su elevada concentración de azúcar, aunque esta germinación y producción de la toxina puede ocurrir en
el tracto intestinal de adultos y lactantes muy pequeños, dando lugar a una patología llamada botulismo. Por ello no se recomienda endulzar los chupetes con miel en lactantes de
menos de 1 año de edad.
Contrario a la creencia popular,
la miel no proporciona ventajas nutricionales especiales, es más, una cucharada
de miel contiene 64 Kcal, mientras que una cantidad semejante de azúcar
contiene 46 Kcal. Aunque posee algunas vitaminas y minerales, están en cantidades ínfimas que carecen de
consecuencias en términos de las necesidades diarias. Una característica positiva
de la miel es su elevado contenido en fructosa, molécula que cuando pasa a
sangre se convierte principalmente en glucógeno en el hígado en un proceso que
no requiere insulina. Sin embargo, su elevado contenido en glucosa hace que no sea recomendable en la dieta de personas con diabetes.
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